El color del pelo del jerbo es tradicionalmente marrón, un color arenoso o grisáceo y blanco que les permite el camuflaje para no ser detectado por los depredadores.
De hecho, su color original se conoce como “Golden Agoutí” (marrón con mechas negras y rubias y la barriga de color claro), pero una vez que fue adoptado como mascota los cruces por parte de los criadores han permitido más de 30 variedades de pelaje diferentes.
Los jerbos adultos suelen tener un tamaño intermedio entre un ratón y una rata, pesando entre 50 y 120 gramos. Su cuerpo, sin tener en cuenta la cola, alcanza entre 10 y 12 centímetros de largo.
Y hablando de colas, la del jerbo es particularmente curiosa. Mide unos 10 cm (casi tanto como su cuerpo) y está provista de pelo, sirviéndole de ayuda para equilibrarse mejor. Pero, sin duda, la mayor peculiaridad de la cola del jerbo es que puede desprenderse de ella.
Pero, ojo, un jerbo no es como lagarto. Su cola no volverá a crecer en caso de desprenderse, por eso bajo ningún concepto debemos agarrar a un jerbo por la cola.
Los métodos utilizan este método de escape con sus depredadores. Al sentirse atrapados por la cola tiran con fuerza y se desprenden de ella, quedando el hueso al aire y desprendiéndose días después tras secarse.
Las extremidades de los jerbos hacen que nos recuerden a un canguro. Sus patas traseras son muy largas y están desprovistas de pelo en sus dedos para aislarlos térmicamente del suelo y ayudarles en su desplazamiento.
Además, la longitud de sus patas les permite realizar largos saltos y pararse de pie para observar el entorno porque el jerbo, si por algo es conocido, es por su gran curiosidad.
Al igual que sus patas, los ojos y las orejas de los jerbos son grandes. De este modo, el jerbo puede ver perfectamente de noche y no solo tener una gran audición sino regular su temperatura con los pabellones auditivos.